Todas tenemos un momento clave, un momento culminante, en el cual nuestra vida toma un rumbo diferente, en el cual las cosas cambian, sean a peor o a mejor. Lo mejor de este momento es que nunca puedes predecirlo, nunca vas a creer que va a pasar e incluso puede llegar a pasar sin que tú te des cuenta. Quizás pasen meses, años, antes de que tú, un día cualquiera, recuerdes ese momento en el que todo cambió. El momento en el que aquel día nublado y frío paso a ser cálido y soleado solo gracias a ella. Gracias a una persona en la que no esperabas confiar nunca, una persona a la que siempre diste la espalda y a la que trataste mal sin motivo aparente. Una persona que a pesar de que no le quisieras, a pesar de que solo vieras defectos en ella, siempre estuvo ahí. Aguantando tus duros golpes, tus cortes, tus palabras cortantes que hacían que su corazón sangrara. Esa persona llegó a sufrir lo que otras nunca aguantarían y aún así no te abandonó. Siguió a tu lado aunque tú no la quisieras ver, siguió intentando hacerse ver, hacerse oír, pero tú estabas tan centrada en ti misma que ni te dignaste a preguntarte lo que aquel rumor distante podía ser. No te dignaste a hacer caso a las obvias señales que ella te enviaba y nunca llegaste a hacerle caso cuando te daba consejos con el corazón en la mano. Y esa persona siempre formó parte de ti. Una parte que quizás tienes olvidada, una parte que con el tiempo se ha ido haciendo más y más pequeña ya que tú misma la enterrabas bajo tanto autodesprecio. Esa persona simbolizaba todo lo que sientes que has perdido, todo lo que buscas. Simbolizaba tu alegría y tus ganas de vivir. Simbolizaba amistad, valor y compasión. Básicamente era todo lo que un día quisiste ser y en lo que siempre soñaste convertirte. Y esa persona seguía formando parte de ti. Seguías siendo tu misma, pero en una forma distinta. Una forma que algún día llegaste a distinguir, pero que ahora ves tan borrosa que has decidido ignorarla, ya que muchas veces preferimos eso antes que ver el recordatorio de que no podemos distinguir las cosas. Preferimos tachar su existencia antes que aceptar que quizás simplemente nos deberíamos esforzar más en enfocar, en intentar distinguir la borrosa silueta que forma lo que algún día quisimos ser. Y esa forma siempre seremos nosotras. Esa silueta es nuestro amor propio. Esa persona es nuestra parte bondadosa, nuestra mejor versión de nosotras mismas y además la parte más pura que poseemos. Es la que contiene el amor por nosotras mismas y las ganas de vivir, cantar y reír. Es la que nos puede indicar el camino de vuelta a la felicidad.
